lunes, 14 de junio de 2010

Post terremoto (parte 2)

Vendo, luego existo.

El ominoso título me produjo en la panza una especie de retorcijón ontológico: era, sin saberlo, el más perfecto preámbulo para el terremoto de 8.3 que nos sacudió las amebas el 27 de febrero del 2010.

A mí, por ser como soy y venir de donde vengo, esos mensajes del tipo Vendo, luego existo, que aterrizan cada cierto tiempo en mi correo del trabajo, me producen efectos secundarios que todavía no sé muy bien cómo manejar. Y estaba en ésas, justamente, tratando de rumiar el correo en mi cuarto estómago, cuando a las tres y media de la madrugada, las paredes de la casa empezaron a crujir.

Un temblorcillo, pensé.
Un temblorcillo fuerte, volví a pensar.
Pero no.
La mierda no paraba y hubo que levantarse en el acto.

Cierro los ojos. Insisto en hacerme la loca; total, vengo de un país donde también tiembla, y mucho. Recuerdo que no estuve en el de Cinchona, pero me digo que a pesar de semejante vacío, estoy fogueada en estos menesteres. La cama, más chúcara que nunca, salta y salta mientras las paredes crujen cada vez más fuerte.

La electricidad se va. Salimos. Me siento en el suelo del patio.
El horizonte era el ladrido oscuro de los perros. La tierra se encogía y se estiraba con furia.

Ahora, en mi cabeza, luna llena equivale a terremoto.

El lunes, con el miedo clavado en el estómago, mis compañeros de trabajo y yo tuvimos que subir a pie 23 pisos. A los jefes, por supuesto, los subieron en ascensor.

Ese día llegué a la casa llorando de cólera. Traté de ponerle camisa de fuerza a los nervios, pero se me estaban saliendo a chorros por los ojos. Ese día no paró de temblar y ese maldito piso 23 no paraba de moverse. A las siete de la noche, cuando salí, había filas y filas de gente asustada en los supermercados, en las bombas, en las farmacias. Gente con miedo subiendo y bajando escaleras. Gente que, igual que yo, se amarró la boca con camisa de fuerza para atender el teléfono como si nada. Era raro ver a un país tan orgulloso caer rendido a pedazos.

Réplicas. Más réplicas.

El sur devastado, incomunicado. Sin embargo había que estar tranquilito y hacer como si nada. Había que contestar el teléfono, servir café, y tratar de comunicarse con normalidad aunque todo alrededor fuera una mancha de silencio y miedo. Había que disfrazarse. Evitarle pérdidas a la empresa. El corazón se me encogía y se me estiraba como el lomo empapado de un animal lluvioso.

¿Por qué cuando pienso en terremoto pienso en luna llena, y por qué cuando pienso en la frustración de ese lunes pienso en el apellido alemán de uno de mis jefes? ¿Por qué cuando recuerdo el correo de ominoso título, en el Vendo, luego existo que vivirá eternamente en mi cuarto estómago, pienso en don Hans y la elegancia afectada de un apellido que combina perfectamente con sus ojos azules y su mal aliento?

Supongo que para quitarnos el odio, tendremos, pues, que hablar de don Hans.

El susodicho es, junto con mi jefe francés, uno de los socios mayoritarios de la empresa donde trabajo. Es vecino, por cierto, del nuevo y enano presidente que rige los destinos de este hermoso y maltratado país. Comparte con él, con el Señor Presidente, quiero decir, no solo la exclusividad de su elegante condominio, sino también una vocación empresarial forjada, con gran empeño, en las aulas de la Pontificia Universidad Católica de Chile: cuna de muchos prestigiosos ladrones que engalanan la historia de esta nación.

Don Hans, como les decía, tiene ojos celestes, mal aliento, y un apellido alemán que combina muy bonito con su nombre. Es casado, con amante de barrio alto, y dos hijas que estudian, lógicamente, en el mejor colegio privado católico de Santiago. La mayor de sus hijas se casó este fin de semana que acaba de pasar. Cuarenta mil pesos por plato, trescientos cincuenta invitados y sus respectivos acompañantes.

Ese día ominoso del correo, para mi mala suerte y como anticipo de los días terribles que se avecinaban, me topé a don Hans en el ascensor, justo a la hora del almuerzo. Me escaneó de arriba para abajo y, tratando de esconder su incomodidad por el largo recorrido que nos esperaba en esos minutos-ascensor que se hacen eternos cuando la compañía es indeseable, me preguntó, con una falsísima curiosidad, si Costa Rica era una isla y si, al igual que Colombia, tenía restricciones de visa en el extranjero por el tema de la droga.

La verdad no me extrañó para nada su ignorancia. Raro, rarísimo, hubiera sido lo contrario. En mi cabeza retumbaba, eso sí, como la más hermosa letanía, el estribillo del coaching empresarial que había aterrizado en mi correo esa mañana: Vendo, luego existo. Era la música de fondo más perfecta para el fatídico encuentro.

Y así, mientras me hacía comentarios absolutamente imbéciles como “Laura, ¡pero qué gran ventaja la de ustedes de estar tan cerca de Estados Unidos!”, yo no podía evitar recordar la voz de don Gregorio, el jardinero que hace un par de años lo llamaba tres veces al día, cinco días a la semana, para recordarle una sola cosa: los 30.000 pesos que le debía por el arreglo que le había hecho en su jardín.

Recuerdo, nítida, la voz de don Hans al otro lado del teléfono, histérico cada vez que yo marcaba su extensión para avisarle que lo llamaba don Gregorio: “Laura, dígale a ese caballero que no me moleste, que estoy sumamente ocupado… dígale que yo no le voy a pagar nada y que lo voy a llamar cuando me dé la gana.”

La voz de don Gregorio retumba en el ascensor mientras veo a don Hans gesticular de manera afectada y preguntar estupideces por compromiso. Estupideces de todo tipo para llenar, a como dé lugar, el vacío de esos 22 pisos que faltan hasta llegar al primero, en donde, afortunadamente, se acabará el calvario para los dos. Él se irá, contento, a comer algo ligero en algún restaurante para gente como él, mientras yo me iré a calmar mis náuseas debajo de un árbol, en mi parque de siempre.

Han pasado casi cuatro meses desde el 27 de febrero.
A los damnificados, en el sur, se les “llueven” las casas a pesar de la tecnología canadiense traída por el enano presidente. En Santiago, el Gobierno y don Hans están contentos porque el trauma del terremoto, según ellos, ya está completamente superado. La economía, reactivada, vigorosa, obliga a voltear la página. Dice el Ministro de Economía, agradeciéndole a su Dios-Mercado, que los índices, por fin, están levantándose. Ha ayudado también el mundial, apunta sesudamente, porque ha habido una compra importante de televisores.

Adoremos pues, a Shakira y su waka waka.

Para mí el terremoto no termina de acabarse, y, debo decirlo, cada vez que veo la luna llena, siento que a lo mejor, muy probablemente, el horizonte se agrietará de nuevo con el ladrido oscuro de los perros.

9 comentarios:

brujadelmar dijo...

Ay Maciza, este texto me ha dejado los ojos y la letra cortada...
Un abrazo.

Silvia Piranesi dijo...

esa bella metáfora del horizonte y los perros...

vendo luego existo. qué trillado todo verdad.

Anónimo dijo...

¡Qué locura que todo se convierta en una espiral! Que todo vaya a dar al mismo hueco y que todo emerja del mismo vacío.
Parece que viviéramos en un Dejavudú bien breteado.

macizo dijo...

Hola, Noem. Mil gracias por venir a leer. Un abrazo para vos y ahorita en un ratito me voy a visitarte.

Pira-yeina...trilladísimo....sí...terriblemente. Merci por venir.

Pulpe...sí, un dejavudú permanente...qué buena la imagen que planteás...Abrazo pa vos. Gracias por leer-me.

josémiguel dijo...

Maci, me recordaste las bellas y melancólicas crónica de Joaquín Gutiérrez.

Pareciera que el terremoto dejó en Vos las secuelas más interesantes: ya vamos por dos prosas y dos poemas.

Tartaruga dijo...

sin pelos en la lengua!!! excelente! me encantó!

Sergio Arroyo dijo...

Hola, Laura, ¿cómo estás? Veo que estás en Chile. ¡Te mando un gran saludo!

Maria Rapela dijo...

ey muy bueno...terremoto, división de clases, los privilegiados y las lineas que van desde la servidumbre hasta los privilegiados...quién está levantando a Chile..seguramente que no son los que venden televisores...

macizo dijo...

maluigi, esa es la cosa justamente, así como la planteás. Quién está levantando Chile...con el terremoto, igual que en Haiti, queda en evidencia la desigualdad sobre la cual está fundado este país

Gracias por venir desde Berlin.

 
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