miércoles, 19 de septiembre de 2007

Nos-otros


"There is only one thing you can do with a woman -said Clea once.
You can love her, suffer for her, or turn her into literature"
Lawrence Durrell, Justine.


El búnker de nosotros era diferentísimo al de los diccionarios. A decir verdad, todas las palabras son distintas a como vienen en el diccionario. Por eso, consultar ese librote es como dejarse engañar por un predicador; igualito. La explicación tranquiliza un rato, pero cuando la palabra lo vive a uno en la calle nuestra de cada día, aquello que dice el diccionario irremediablemente se despedaza, igual que el sermón cualquier predicador.

Búnker: refugio subterráneo contra bombas. Eso es lo que dice la Real Academia; sin embargo, el búnker que yo frecuenté no era precisamente subterráneo. Todo lo contrario.
Era muy terrenal, sin nada de ‘sub’, porque al Chito la idea de colocarle ese prefijo a cualquier aspecto de su vida, sin lugar a dudas le habría ocasionado una reacción alérgica o una gastritis. Entonces, obviando las implicaciones semánticas y sus efectos secundarios, llamar búnker a su apartamento le pareció igual de apropiado que a mí; sobre todo porque ocurrió de repente, sin bautizo y al final de una botella de vino blanco La terra, cuya marca también le hacía honor al carácter terrenísimo de nuestro recién inventado bunkercito.
Pese a tanta terrenidad, en el búnker sucedían cosas extraordinariamente requete. Requete-tostadas, requete-soques, requete-bellísimas o requete-unheimlich, de acuerdo con la circunstancia y con lo que cada uno anduviera sintiendo en determinado momento. Todo era probable. Así como en una pared podía uno encontrarse a jesucristo muy clavadito en su cruz y en la otra al pisuicas con su par de colmillos bien afilados, del mismo modo, se podía saltar de la risa al llanto con la Fitzgerald cantando suavecito al oído, o con Bob y el Toshtado balanceándose entre el humo.
Las certezas en el búnker fueron agonizando una tras otra. Naturalmente, en medio de tantos estertores, el Chito y yo terminábamos muriéndonos de la risa o del espanto al ver bailar a nuestros fantasmas con el resto de una tropa absurdamente heterogénea. Chito, lacanianamente convencido, afirmaba que ésa era nuestra forma de hacer-nos terapia; después se acomodaba los anteojos y se levantaba de su silla porque la chicharra estaba pidiéndole puerta desde hacía rato.
Y de este modo, con bastante ternura, poca pasión y conversaciones que se extendían hasta muy pero muy entrada la madrugada, no sólo terminé levantándole la sotana a la Real Academia, sino también convenciéndome de que estaba aprendiendo a con/jugar y a jugar/con la primera de plural. Quizás por eso, aprender a desconjugar algo que nunca existió fue un proceso duro y tarantuloso; pero eso es algo que viene después de una grieta.
Antes de que esa grieta apareciera, el Chito siempre estaba en algún lugar del búnker, lejitos de mí, enrolando con cuidado, hablando, bailando y metiendo el churuco a cada rato. ¿Y qué sucedía entre un churuco y otro? Yo engullía quién sabe cuántos litros de vino Joan Sardá y trataba de convencerme de que ese búnker también era mío. Sin embargo, así como en la refri del búnker podía faltar cualquier cosa menos el combustible, al nosotros de nosotros le faltaba mucho para llegar a ser una primera de plural.
Mientras duró el espejismo, bailé sola y bailé con él. Bailamos. Y por supuesto, hicimos el amor. Porque al amor, ya se sabe, hay que hacerlo y rehacerlo, inventarlo infinitamente para creer que existe. Y entre tanto humo, tanto vino y tanta conversación, reímos siempre y nos quisimos bunkercianamente.
En efecto, el búnker era un refugio; mi refugio de todos los viernes y de muchos sábados, pero la blindada solidez de la definición se reveló ilusoria y resultó ser tan vulnerable como nosotros: el ruido de la calle entraba sin tocar la puerta y el que producíamos nosotros también se salía sin avisar...porque la vida, ya se sabe, está llena de rendijas, y aunque yo anduviera la barriga hasta el tope de vino y una disposición absoluta para hacerme la loca, una de ellas fue haciéndose cada día más grande.
Debo decir que en el búnker no todo era ludus con libido: también había fantasmas enrollados en las botellas y un reloj que nos miraba fijamente desde la pared, inconmovible y tanatológico. La arena de sus agujas siguió derramándose hasta que un día se convirtió en una grieta que empezó a arder en silencio. No hubo entonces más remedio que enfrentar al silencio y resbalar de la mano hasta nuestro final.

Ula Ula regresó a mi casa patas arriba en una bolsa plástica, junto a Pellejo; y a los dos no les quedó más opción que revolcarse en el fondo de ese extraño entierro, en esa mudanza lenta y dolorosa que desfigura las noches hasta convertirlas en polvo.
Ese día, por obra y gracia de la tristeza, supe que la única manera de no perderme en el polvo de esa mudanza era llenar la grieta con otros nombres, salirme de ese búnker que yo misma había inventado.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Eso que le pasa a uno como a los doce

1. Es como esos adornos que se ponen en la sala y van llenándose de polvo y de olvido, porque además de ser feos, no sirven para nada, sólo para incomodar. Decir menstruación es igual que ponerse vestido para ir a misa. No hay nada peor en la vida, ni siquiera las clases de matemáticas después del recreo de almuerzo. Para mí lo peor del vestido no era el calor infernal de la iglesia a mediodía, las nubes de incienso pestilente apretándome los pulmones o las voces chillonas de las señoras que se sentaban a cantar en primera fila. Lo peor era mi tía Ofelia –que Diosito la tenga donde mejor le parezca- una viejilla cascarrabias que pasó los últimos cinco años de su vida advirtiéndome que no me subiera a los árboles porque se me podían ver los calzones. Yo le decía que sí y me sentaba muy quietecita a su lado, aunque en el fondo estuviera absolutamente convencida de que no servía de nada andarse cuidando el trasero porque el viento y los chiquitos, inevitablemente, se encargaban de levantarle a uno las enaguas. Las flores de mis calzones, muy a pesar de mi tía, terminaron adornando los jardines que rodeaban la casa cural, y recreándole la vista al padre Eduardo, el viejo más verde que he conocido en toda mi vida; a él y a su séquito de monaguillos-aprendices de viejo verde. Con el paso de los años y de varias reglas, he llegado a una conclusión: no sirve de nada andarse cuidando los calzones y es igualmente inútil decir Menstruación, porque por más pulcra que sea la palabra, la regla es regla, y ya. //2. La Menstruación, diría mi profesor de ciencias. Me da risa escucharlo decir esa palabra porque la eme del principio le sale enfática, casi solemne, pero a medida que avanza hacia el centro, la solemnidad se va apachurrando hasta llegar a la ene final: una ene jorobada e insignificante que termina perdiéndose en la negrura de sus bigotes. Es como si tuviera asco de mancharse con la ene, pobrecito; como si dejara de ser hombre por culpa de esas 12 letras tan llenas de sangre.// 3.Mi hermana mayor es experta en dolores de regla, la pobre sufre migrañas espantosas que la tumban con fiebre durante tres días. A mí lo que me pasa con la regla es que me pongo triste. Me da tristeza la gente, me da tristeza el clima, me da tristeza mi reflejo en el agua, me da tristeza la tristeza. Pero la tristeza no es lo único, me dan ataques de hambre y mi panza se vuelve un barril sin fondo. Como, como, como y podría seguir comiendo durante los cinco días que me dura. Podría comerme cincuenta veces la despensa de mi casa y aún así quedaría con hambre. // 4. La regla me vino a los nueve. Fue horrible. Manché la silla y el uniforme que, para peores, era blanco. Como me vino tan pequeña se me fue bastante rápido, una semana antes de cumplir los treinta y ocho. Juro que fue lo mejor que pudo haberme sucedido. Ahora soy libre. // 5. En la casa éramos tantas mujeres que el día que me vino se vinieron todas al baño a esperar que saliera. Tías, hermanas, abuela, mamá, vecina, primas, empleada y perrita. Me habían dicho muchas cosas: que dolía, que era feo, que había que lavarse muy bien y a cada rato, que tenía que tener cuidado con los hombres porque ya era una Señorita. Yo no entendía por qué, a partir de ese día, tenía que tenerle miedo a los hombres, de hecho, lo más extraño de todo fue que no me dolió ni me pareció feo, sólo me sorprendió que la gente le diera tanta importancia a un poquito de sangre. Del baño me fui directo al espejo, y a pesar de todo lo que me habían dicho, encontré mi cara exactamente igual: los lunares seguían intactos, las pecas tenían el mismo color. Di media vuelta y me fui al patio a jugar. Ese día no me interesaba empezar a ser una Señorita. //6. A todas mis compañeras ya les había venido, solo Alicia y yo faltábamos. Creo que por eso nos hicimos más amigas. Ella era mucho más alta que yo, pero sumamente delgada. La verdad es que por poquito y nos viene el mismo día. A mí me vino primero, un jueves por la tarde. Después de ponerme la toalla, salí corriendo a su casa para contarle. Creo que se enojó conmigo porque cuando le conté no me dijo nada, solo dio media vuelta y cerró la puerta. Yo me quedé como estúpida en el corredor de su casa, luego me fui. Tres días después, fue ella la que llegó corriendo para contarme que ya le había bajado. Apenas salí me dio un beso, creo que esa fue su forma de disculparse. //7. Lo que más recuerdo es el olor del mar y lo pegajosa que me sentía cuando llegué al baño a orinar. Cuando me quité el vestido de baño, me encontré con una manchota color vino. Supongo que duré mucho en el baño, porque después de cambiarme la ropa y hacerme una toalla de emergencia con un rollito de papel, me senté en la taza y agarré el vestido para ver la mancha. Le pasé los dedos por encima, la sangre estaba seca. Recuerdo que las olas reventaban muy cerca de mis oídos y yo sudaba y sudaba. Cuando volví a la playa me senté en la arena, ya era de noche y la marea había empezado a subir. Me sentía rara. // 8. Marzo es el mes más caliente y yo venía del colegio, sudada desde los pies hasta el último pelo de la cabeza, la clase de educación física era la última. Tiré las cosas en el estudio y me fui soplada a mear. ¡Puta, ya me vino! La verdad es que ya era hora, ya me estaba preocupando, no quería ser la última de la clase...No era tan roja como creía, y la verdad es que viendo la manchita me sentí feliz, diferente. Mami estaba en el cuarto, subí a avisarle. Papi todavía no había llegado. Por más que hago memoria, no recuerdo exactamente lo que me dijo, solo recuerdo que volví al baño con la toalla en la mano, me la puse y bajé a almorzar toda campante, con el bodoque bien acomodado entre las piernas. Era como una regresión a las mantillas. //9. Un chorrito de sangre diluyéndose en el mosaico blanco de la ducha. Eso es.
 
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