Hoy, después de setenta y muchos días y no sé cuántas idas y venidas, por primera vez y Dios sabe si quizás por última, tuve la extrañísima suerte de agarrar un asiento en el metro.
En hora pico, eso es casi una hazaña, un casi-milagro, un privilegio.
Fue tan raro el asiento, tan anaranjado todo, tan triste la gente de pie viendo mi asiento, tan feliz yo con tanta tristeza de que fuera solo mío, tan contenta mi espalda, tan caliente el aire, tan absurdo el viaje, que no paré de llorar hasta que llegué a mi parada, hasta que todos a mi alrededor se fueron y volvieron y salieron, llenos de asientos y cansancio, llenos de lágrimas. Hasta que se abrió de nuevo la puerta y salí, y el metro se fue.
jueves, 17 de abril de 2008
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7 comentarios:
la justicia no tiene vela en este entierro.
el malestar de las ciudades.
que triste tu tristesa.
saludos mop!!!! un abrazo espero que estes bien.
tisteza, con "z" jajaja. sorry.
árboles de 3000 años, Esquel, quiero ir a Esquel.
beso Lau.
Laurita, que impresionante lo del volcan, hasta hoy me di cuenta, estas bien por alla? Abrazos
Gracias por este texto. Me hace entender mucho sobre esas tristezas ciegas e impredecibles que te hacen sentir solo, muy solo, entre mas lleno esté el metro, entre mas pico sea la hora, entre mas conozcas la ciudad en la que las fauces de los vagones te tragan.
me relaciono con cada una de las miradas esquivas que se pierden cuando se cierran las puertas y suena la alarma de partida...
cruzar tantas caras, tantas historias y no abrazar ninguna con palabras o sonrisas, lugares poblados que hacen concreta la soledad...
volví, leyendote, a miles de kilometros subterráneos que me tocó llorar.
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