sábado, 8 de diciembre de 2007

Mientras noviembre quebrándose en las esquinas

Dos meses más y hubiéramos terminado sacándonos los ojos con la más absoluta devoción, ahogados en estertores piadosos, como mis tías cuando rezaban los misterios gozosos y los no tan gozosos, y la tarde las iba crucificando lentamente en sus mecedoras. A ellas, esclavas de sus rosarios, yo las observaba desde abajo del sillón, muerto de curiosidad y de asombro... Quién iba a decir que a la vuelta de los años, mi mujer y yo íbamos a terminar como ellas, secos y con cara de nada; expertos en descuartizarnos con monosílabos vacíos. Juntos llegamos a ser la metáfora más perfecta de un Cupido convertido en Satanás.

El mismo año que logramos deshacernos el uno del otro, hace diez años, perdí mi trabajo. La maldición del hombre libre cayó sobre mi cabeza con la precisión de una cuita luminosa y premonitoria, como todas las cuitas. Después fueron deudas, mudanzas, más deudas y más mudanzas, hasta que un buen día, a inicios de la primavera, en una tarde llena de polen y pajaritos, llegué a este camping que me recibió con los brazos abiertos. “Bienvenido a mar adentro”, me dijeron el polen y los pajaritos, y el camping me succionó, y ya nunca más volví a salir.

Desde entonces vivo hundido en este mar adentro que no quiere moverse para ningún lado. No sé si el que encalló fui yo, o si el tiempo encalló en mí, pero desde entonces vivo sumergido en uno de esos universos posibles que a mi jefe y al jefe de mi jefe y al jefe de su jefe del jefe de los jefes ni se les ocurre pensar que existe, pues para ellos la calle es una línea recta que siempre va hacia alguna parte. Para ellos el invierno puede regularse a pura calefacción. Concreto. Tangible. Indoloro.
Para mí la calle de enfrente es un mar negro que no termina ni empieza, una herida que se abre y duele, que se cierra y duele, interminablemente. Lo más raro es que yo, al igual que cualquier ciudadano, al igual que mi ex mujer y mis tías:

1. Pago mis impuestos a tiempo.
2. Salgo a trabajar todos los días.
3. Quiero, con toda mi alma y por respeto a los ecosistemas y las cadenas alimenticias, matar a mi jefe para que él, a su vez, mate al suyo y así sucesivamente hasta llegar a las más altas, inaprensibles y difusas jerarquías.
4. Saludo a los vecinos y clasifico mi basura.
5. Alimento palomas en el parque.
6. Ayudo a los viejitos a cruzar la calle.

En síntesis, un hombre normal; con presión alta, problemas moderados de colesterol y 0.25 de astigmatismo en cada uno. Nada del otro mundo. Lo único es que mi salario, después de impuestos, no me da para salirme de este barco encallado en la carretera A6. Y entonces floto y floto con mis valijas siempre listas para zarpar, viendo cómo los días pasan corriendo al otro lado de la carretera, lejanos y ruidosos, mientras mis ácaros y yo seguimos abrazados a una boya que se contonea rítmicamente con el viento.

Los pedacitos de noviembre quedan desparramados a lo largo y ancho de la carretera, mientras la gente les pasa por encima como si nada. Yo al invierno le rezo, hasta le enciendo candelitas de vez en cuando. No es raro que después de mis repetidos y siempre fallidos intentos por hacerme ateo, haya terminado reconciliándome y aceptando la devoción de las distinguidas momias que tenía por tías, esas mujeres crucificadas que vivían esperando el domingo, igual que yo ahora.

Al invierno le rezo rosarios de ternura o de improperios, dependiendo de la temperatura; le rezo para que no me ahorque de frío y no me traiga esa picazón extraña que me entra de vez en cuando en la oscuridad, ésa que no es alergia ni tampoco resfrío, que me hace cerrar los ojos y apretar las manos para retroceder la calle, los pajaritos y el polen, retroceder la cuita, escalar los días, regresar las tardes, devolver las noches, sacudir las horas, volver a la boca de mi mujer y amarrarme un segundo a su saliva antes de los monosílabos, y absolutamente borracho en esos labios de una primavera que no fue de nuevo nunca más, sentarme en la banca amarilla donde le pedí que fuéramos felices para siempre, para que ella, viéndome a los ojos, diga sí otra vez, con la mirada llena de vida en esa muerte que volveremos a regalarnos sin saber, jurándonos lo que hay que jurarse para que este invierno que empezó hace diez termine ya, de una vez por todas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

hey!!! que bueno... genial.enserio.

saludo.

Silvia Piranesi dijo...

ay mop, me gusto muito muito... sobre todo el último párrafo.

macizo dijo...

que buen raid que les haya gustado...al chile.

Tartaruga dijo...

SIN PALABRAS. LAS DIJISTES TODAS.
ABRAZO DE NOVIEMBRE, DE INVIERNO, DE LAGOS Y RASCACIELOS!

eskaraboquio dijo...

Me gustó mucho. Mucho.

brujadelmar dijo...

bello!

 
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