jueves, 26 de mayo de 2011

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tenía las pupilas
huesudas y apiladas,
y la frente, según cuentan, manchada de trenes.

Era flaca como un verbo dividido en cuatro partes,
Ronca como la madera cuando ha dejado de gritarle al viento.

Sus pupilas,
dicen algunos
eran la repetición vidriosa de las calles.
Y su espalda,
la suma interminable de todas las concavidades

Le gustaba ir de un lado a otro
balanceada en el ronroneo de una aspiradora muy vieja
toda ella muy de polvo y de cortinas.

Abrir las ventanas
Liberar los rincones de los muebles
Sentir ese revoltijo de vidas en primera persona,
subiéndole por la pantorrilla
hasta convertirse en barro,
justo antes de llegar a la garganta.

Pero más raro que sus pupilas llenas de huesos
era ver que agosto,
haciéndose llaga en sus piernas,
la iba vaciando,
le iba secando los trenes en la comisura de la boca.
 
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