sábado, 6 de diciembre de 2008

in vino veritas

lunes, 1 de diciembre de 2008

oda a la almohadita

La cosa es que yo tenía una almohada.
La tenía desde que entré a este mundo,
cerrándole el ojillo derecho al obstetra de mi mamá,

“De chiquitas van pa’ grandes”,

decía el doc, con su eterna sabiduría,
impresionado por la precocidad del bultito de carne,
que recién llegado al mundo,
le hacía ojitos con la mayor naturalidad.

La cosa es que me acostaban encima,
Cuando no era más que un par cachetes enormes,
Rosados.

Luego me fui haciendo grande,
o güevona,
para ser más exactos,
pero si algo seguía ahí,
intacto en mi cama y en mí misma,
era el calorcito de mi almohada.

Almohada,
cobija,
palabra,
juguete,
o silencio,
Cada quien tiene su manera
de quedarse atascado en la niñez.

Mi doc,
dice la leyenda,
Ese mismo al que le hice ojitos al nacer,
escondía la suya con sumo cuidado,
en la gaveta más alta del armario.

La llevaba a todos los congresos,
a todos sus viajes.
Y antes de rezarle a Hipócrates
su juramento diario,
La sacaba,
la olía,
la abrazaba,
Y a veces, Dios sabe que es cierto,
Echaba una que otra lagrimita.

En mi caso,
Era ella la guarida perfecta
contra el miedo a las sombras,
La compañera de viento y saltamontes.
El consuelo a los culazos
Que me daba aprendiendo a patinar.

Más tarde,
el colegio
y luego,
claro,
la Universidad y la Cerveza,
el borde interminable de la carretera.
El carro de George,
su motor dando tumbos en la noche,
los amigos,
las estrellas.

Vinieron las dudas,
los viajes,
las despedidas.
La cama,
el amor,
el tiempo.
Y la almohadita, apego infantilísimo,
el primero de todos
el más grande:
mi pedazo de tela
en vías de extinción
por exceso de babas y de sueños.

Un día, hace poco,
Se me ocurrió meterla en la lavadora.

Entró con dignidad,
Salió hecha mierda,

Y yo,
en lugar de aprovechar el accidente
Para botarla y hacerme adulta de una vez por todas,
Corrí por toda la casa
Tratando de guardar la compostura
Aguantándome el hipo,
las lágrimas,
los mocos.

Revolví la casa
hasta encontrar hilo y aguja,
la cajita de primeros auxilios.

Remendé lo que pude,
con la muerte mordiéndome los talones.
Pero la hemorragia era grande
Y el relleno salido,
Tripas de pasado por todas partes.

Hice lo que pude,
Pero el cadáver-almohadita
quedó lleno de cicatrices,
y cada punzada para salvarla,
un parche inútil en mi propia piel.

Cansada,
rendida por completo,
Desperté en noviembre
Con el corazón lleno de huecos,
y la adultez durmiendo en la puerta,
Enroscada como un perro, con el hocico abierto.

Nos vimos a los ojos como dos viejas amigas,
dos amigas que tienen mucho y nada que decirse.

Así seguimos viéndonos todos los días,
Yo,
tratando de ser
Dueña, señora de mis miedos,
repleta de curitas, de moretes,
igual que mi pasado,
Yo-almohadita,
isla rota de la niña que fui alguna vez.
 
Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.