El cansado
cuelga sus manos en el ropero, mientras ve cómo se arrugan las plantas de sus pies. Dobla
su conciencia debajo de la almohada, en donde guarda una pierna, dos pestañas y
un par de recuerdos, los últimos que le quedaban. Absorbe la noche que quedó
atorada en el desagüe del baño, y exprime la vigilia como si fuera una naranja
madura. La chupa, le mete los dedos; luego bota la cáscara en el basurero. Recorre,
solo, los pasillos de su propia sombra, hasta enredarse en el silbido de un
tren que pasa a lo lejos. El cansado aúlla de dolor, pero la ventana es sorda y
lo ignora. El cansado, cansado de esperar, se acurruca en su cama. No sabe si
sus manos cuelgan en el ropero, o si es su cabeza la que insiste en deformarle los dedos.
domingo, 17 de marzo de 2013
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